"El lector puede ser considerado el personaje principal de la novela, en igualdad con el autor; sin él no se hace nada." Elsa Triolet

CONCURSO DE RELATOS CORTOS Y POEMAS PATROCINADO POR EL AMPA

   Con motivo del Día del Libro, 23 de abril, cada año el AMPA "Novum Millenium" organiza un concurso de relatos cortos o poemas para el alumnado del IES Gamonares.
   Este año hemos contado la participación de este alumnado:

SEGUNDO A
- LEONOR CHUECO MADUEÑO (POEMA)
- HELIODORO GARCÍA GASCÓN (POEMA)
- ISABEL ANSINO CASADO (POEMA)
- AMALIA GRACIA GIL (POEMA)
-PAULA LÓPEZ ALCALÁ (POEMA)
- KAILA LEÓN BLANDÓN (RELATO)
- NURIA CASADO LÓPEZ (POEMA)
- IMARA ORTEGA CERRILLO (POEMA)

SEGUNDO B
- JOSÉ FRANCISCO RABASCO LÓPEZ (RELATO)
- GABRIEL VALENZUELA RUIZ (RELATO)

TERCERO B
- NEREA DOLORES PANTOJA GALLEGO (RELATO)
- ANTONIO MIGUEL VALENZUELA CABEZAS (RELATO)

CUARTO A
- ALBA MARÍA MELERO PARRAS (POEMA)

CUARTO B

- CARMEN HIDALGO SANTIAGO (RELATO)

   A todos ellos el AMPA les ha entregado un reloj por participar en este concurso:


   Tras ello, se ha procedido a la entrega de dos vales con valor de 40 euros a gastar en un establecimiento del  municipio en material escolar o deportivo. Los ganadores han sido:

- En la modalidad de poesía: Leonor Chueco Madueño
- En la modalidad de relato corto: Carmen Hidalgo Santiago.


   Desde el centro, le damos las gracias al AMPA por cu colaboración, al alumnado por su participación y, como no,  a los ganadores la enhorabuena.

   A continuación, reproducimos el poema ganador y el relato corto:

POEMA

Aún recuerdo esos días
en los que me regalabas momentos mágicos y sonrisas,
yo caí en tu maldita trampa
de creer que estaríamos juntos toda la vida.
¡Ay de mí, que me has dejado sin aliento!
¡Ay de mí, que yo te trataba como un rey,
y tú, a mí, fingías que también!;
¡Ay de mí, que me has dejado como el viento,
en un día de verano!
Mientras tú hablas con esa muchacha,
yo hablo con el viento, contándole lo que hicimos.
El viento se calla, no sabe qué decir,
pues hasta él no sabe lo que sentir.
Me dejaste una huella en mi corazón,
un agujero profundo en mí
que conservaba como un tesoro;
un tesoro al que quería con pasión.


RELATO CORTO

EL CUENTACUENTOS

                De un  país muy lejano vino a vivir un hombre de tez morena y de aspecto desaliñado, con la cabeza redonda, sin pelo, pero con evidencia de haberlo tenido alguna vez, su miopía le obligaba a usar gafas de cristales gruesos que él intentaba disimular con una de esas capas de plástico que se usan para cubrir el globo ocular. Detrás de su barba canosa y blanca se escondían los secretos de una vida intensa. Era un tipo raro, con una forma de vestir descuidada, mal pensado, risueño, astuto y un poco llorón. Pero tenía aspecto generoso, amable, fiel y de una fortaleza aparente, pero en el fondo endeble. Llegó a la ciudad sin legado y raudo empezó a conocerse como “el doctor chiflado”. Destacó por sus habilidades artísticas y su pericia con los números. Muy pronto ganó el sobrenombre de “maestro”. En aquel momento dejó de tener singularidad propia. Sus seguidores, hombres y mujeres de una pequeñez candorosa, seguían sus consejos, siempre muy atenidos.
                Una  tarde de invierno, mientras que los habitantes de aquella rara ciudad se ocupaban de sus cosas cotidianas, aquel hombre, todavía muy común, llegó a reclamar su atención. Las palabras pronunciadas en distinto tono, calaban en los pimpollos como la lluvia débil en la tierra mojada. Había descubierto una fórmula mágica que le permitía acentuar la atención del auditorio. Poco a poco el hombre común se convirtió en un hombre extraordinario, poseedor de una receta asombrosa con la que encandilar al difícil público. Con su nuevo método llegó a ilusionar a los oyentes, no solo a una concurrencia menuda, sino también a los más sabios y experimentados del lugar. Alegró despedidas, entretuvo tertulias, completó sobremesas el tiempo que mostró sus afectos, regaló cariño y adeudó ternuras. Sin darse cuenta, se había ganado el sobrenombre de “el cuentacuentos” y empezó a ser muy conocido.
                Desde entonces, no paró de contar cuentos. En torno a él se fue cobrando vida un mundo imaginario y maravilloso por donde corrían geniecillos holgazanes, caballos amaestrados, príncipes mendigos, encantadores de serpientes, princesas y sapos. Todos formaron un universo simulado con el que daba sentido a la bondad, solicitaba respeto, fortalecía la solidaridad, estimulaba el amor, revelaba la verdad… y, también, la avaricia, los deseos ocultos o las terquedades humanas. Los personajes vivían felices en la imaginación del contador, que inventaba e inventaba para ellos experiencias encantadoras.
                Un día, mientras la ciudad dormía, el cuentacuentos se despertó con una sensación nueva. Sin hacer mucho caso a la impresión, siguió con sus tareas diarias, pero cuando la ocasión lo requirió, recurrió como de costumbres a sus historias: “Érase… Algo estaba fallando. Los oyentes del último encuentro habían hecho triunfar su malicioso hechizo. Sus cuentos no encontraban destinatarios. La gente absorta en sus quehaceres no quería oír ni hablar del cuento. El interés por el cuento había muerto definitivamente en la ciudad. Pasaban los días y las sillas seguían vacías de espectadores.
                Cuando quería contar un cuento y nadie se ponía a la escucha, protagonistas y antagonistas envejecían 100 días. Pasaban los años y aquellos personajillos, que tantas historias habían protagonizado antaño, se quedaban una y otra vez sin función. El enterrador de cuentos le dijo alguna vez que nada podía hacer al respecto. Todo había terminado para ellos.
                Desde entonces, el cuentacuentos, vacío y con una gran desolación, vagó errático de un sitio a otro buscando consuelo en la danza, en la música y en las artes visuales que encontró a su paso. Ninguna le satisfizo lo suficiente como para sustituirla por sus añorados cuentos; y siguió buscando sin saber cómo solucionar ese mal.
                Hundido en el desaliento pasaba el tiempo y no encontraba el sosiego. Sus personajes de cuento entristecieron tanto que borraron el nombre a la alegría. Una mañana después de caminar kilómetros, llegó a un bello y verde lugar conocido como Uccia, donde las aguas cristalinas que bañaban sus arroyos y ríos reflejaban una atmósfera de ensueño. La paz vivía en armonía con la naturaleza. Sorprendido por la belleza de aquel territorio y transparencia del líquido, se detuvo a su paso. Cuando agachado a la orilla cogió agua para refrescarse la cara del calor del camino, observó en su reflejo unos dibujos que el sol del ya tardío verano había surcado en la piel de aquella cabeza calva. Los dibujos le resultaban familiares, pues mucho se parecían a los personajes de sus cuentos, pero deshidratados, desfigurados y extenuados. La tristeza fue entonces profunda. Al tocar fondo, su ojo emitió una lágrima que al caer al río formó unos círculos ondulados. Del centro de los mismos surgió una ninfa perlada que se había extraviado de un cuento y que tenía por costumbre conceder un deseo al día al transeúnte que se detenía en sus aguas. La ninfa se dirigió al cuentacuentos diciéndole:
- Tu voz me resulta conocida. Yo he sido protagonista de tus cuentos. He sido intérprete de las emociones, de los recuerdos y de las esperanzas. Mientras me siga encomendada la tarea de velar por el camino, personas como tú, dedicadas a la hermosa actividad de crear magia frente a frente, estarán a salvo la tristeza. Has hecho un largo camino y has pagado un caro precio. Dejas a los amigos con los que has compartido la factura que la vida pone a cada paso y, a veces, te han pagado con enfado. Has soportado vanidades, displicencias y otras miserias. Y, sin embargo, a todos ellos has legado un alma limpia de palabras. Tú serás el elegido para mi deseo del día: “QUE NUNCA MÁS TE FALTEN LOS CUENTOS”.
                La ninfa desapareció misteriosamente en el agua. De pronto, los dibujos de la clava comenzaron a hidratarse y a adquirir formas vivientes, uno a uno, todos fueron volviendo al interior de su cabeza, desde donde comenzaba a salir música y risas. El cuentacuentos, desconcertado por la cantidad de gente que se dirigía hacia él, probó una vez más aquella vieja receta y feliz se quedó murmurando: “érase una vez…”.

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